10 de mayo de 2015

Estación Bulnes

   Jueves, a la tardecita, volviendo del laburo en subte que, a pesar de la hora pico, no estaba repleto. Había conseguido sentarme, y venía semidormido, aislado del mundo gracias a mis auriculares.

   En la estación previa a mi destino, no bien arranca el tren, un griterío consigue hacerme abrir los ojos y abandonar mi estado catatónico: todas las miradas apuntaban a la puerta cercana. Pensé primero en un choreo, en algún telefonino que cambió de dueño. Pero no: resultó que las puertas, al cerrarse, habían atrapado la mano de una mujer.

   Una vieja, al lado mío, tomó rápidamente el mando. Con aspecto de Violencia Rivas, empezó a vociferar órdenes a diestra y siniestra; mientras intentaba dar aliento a la mujer con mano ensandwichada con frases que supongo producirían el efecto contrario, pedía a grito pelado que alguien apretara el botón de emergencia.

   Un flaco se abocó a la tarea; para cuando terminó de romper el plástico y apretar el botón, el tren ya había frenado, vaya uno a saber a instancias de qué o quién. Y así estuvimos, un par de minutos eternos, en medio del túnel, sin que las puertas se abrieran, con griterío general en el que sobresalía la voz implacable de doña Violencia.

   Al rato, vemos aparecer al conductor, afuera, entre las vías. La vieja, totalmente histérica, la cabeza asomada por la ventanilla, le explicaba la situación;
el conductor pedía que apretáramos el botón para que se abrieran las puertas; la vieja despotricaba: que ya lo habíamos hecho, que no pasaba nada, que debíamos tomar nota para quejarnos, que ¿vieron? la culpa es de Macri, y la mar en coche. La víctima, a todo esto, con su mano atrapada, y varios voluntarios intentando sin éxito aflojar la presión que la oprimía.

   Desaparece el conductor, pasa otro par de minutos eternos, y ¡zas!, se produce el milagro: el guarda consigue abrir las puertas, la mujer retira su mano, nos la muestra sonriente, algunos aplauden, en tanto la vieja le gritaba que la pusiera en alto, "por la circulación, querida".

   Hecho esto, las puertas se cerraron nuevamente, pero el tren seguía detenido. 

   Al rato, vemos al conductor pasando, de vagón en vagón, hasta que llega al nuestro. La vieja le disparó con munición gruesa, como para ablandarlo. El tipo venía a intentar destrabar el botón que, aparentemente, estaba impidiendo que el tren rearrancara. Forcejeó unos segundos... y se quedó con el botón en la mano, mirándolo, perplejo, entre nuevos comentarios de doña Violencia Rivas (¡Ja!, ¿Vieron? Así estamos, miren el mantenimiento lamentable de estos trenes, piensen antes de votar, etc.) para después, interpelar frenética al conductor: quería saber si habían avisado al tren de atrás, para que frenara. El tipo la miraba fijo, como intentando descifrar si le estaban tomando el pelo. "En serio, querido" -la vieja se le prendió al brazo, y no lo largaba- "¿Le avisaron al otro tren?" "Sí, señora, suspiró el hombre" mientras le mostraba el botón roto a su compañero, rellenito, sonriente, con cierta semejanza al gordo Casero. Los dos se miraron, hablaron entre ellos y dictaminaron: "Bueno, parece que tendremos que evacuar". Para qué: nueva andanada de preguntas de la vieja. "Sí, señora, de vagón en vagón, hasta llegar al último, va a ver que ahí nomás está la estación, recién habíamos salido".

   Ellos volvieron a sus puestos. Y la vieja a su púlpito: siguió con sus filípicas, no dejó títere con cabeza. Resignado, esperé a que la multitud se pusiera en movimiento. Pero,
para nuestra sorpresa, lo que se movió fue el tren. Arrancó, sí, como si nada. Así que me bajé, rapidito, en la estación siguiente, mientras escuchaba todavía a la vieja arengando a su público cautivo, y rogando que, cuando le tocara el turno de bajar, la misma puerta hiciera justicia atrapándole la lengua.