25 de septiembre de 2001

Papanatas

   Ayer leía en los diarios que el Papa estaba de visita en un país de nombre largo, al ladito nomás de Afganistán. Y no pude evitar pensar en algo, que para muchos será una muestra más de mi ingenuidad y/o boludez.

   Esto pensé: ¿qué corno pasaría si el Papa agarrara su Papamóvil y se instalara hoy, ahora, en Kabul? ¿No sería una manera sencilla, pero efectiva, de frenar la masacre que está por desatar el "Súper Agente 86"? Masacre que, como todos sabemos, tiene un único beneficiario: la industria bélica.

   Ya sé, ya sé, soy un papanatas, creo en los Reyes Magos. Pero... ¿qué fácil sería, no? Digo, si en vez de hablar tanto al pedo acerca de "hermanos, tenemos que lograr la paz", un personaje de importancia mundial como este, líder espiritual de millones de personas, dejara a un lado el chamuyo, y tuviera un gesto concreto que evitara la guerra, antes de que empiecen a llenar las bolsas negras con cadáveres y a organizar misas por todos los que van a morir...

25 de mayo de 2001

Timpanicidio


   Ya a principios del 2001, el Fer empezó a tomar contacto con un amigo de Guido, también llamado Fernando, guitarrista pelilargo de una banda de rock. De esos que, cuando agarran la viola, meten muchos dedos a mucha velocidad, un virtuoso el hombre. Al parecer, el Fer ofició de técnico para la grabación de algunos temas de esta banda. Y, tiempo después, le escuché comentar a Guido algo acerca de que habían abandonado la estructura de rock 'tradicional', y estaban a la búsqueda de nuevos sonidos.

   La cosa es que, a principios de mayo, me llegó el invite a la presentación de un grupo en el que ambos Fernandos participaban. Yo no sabía muy bien de qué se trataba, ni si era exactamente la misma banda, pero deduje que era una mezcla de rock tradicional con algo de música electrónica. Ingenuo de mí: estos errores se pagan muy caro.

   La cita era en una vieja casona de Palermo viejo, un sábado a la una de la mañana. Estuve haciendo tiempo, y conseguí aguantar despierto hasta esa hora. Era una gélida noche otoñal, la sensación térmica marcaba un par de grados bajo cero, y allá me fui en bondi, echando humito por la boca.

   Llegué una y diez, más o menos. Una casa vieja tipo chorizo; a la izquierda, varias piezas unidas entre sí por una puerta; a la derecha, el típico patio, aunque sin parra, y una especie de jardincito en el frente, en donde una señorita interceptaba a los incautos, detrás de una especie de mostradorcito. Le pregunté, muy amablemente, si allí se iba a presentar "un grupo de música electrónica" (el nombre, si lo tenían, yo lo ignoraba). La chica me miró de soslayo, y me corrigió: "música experimental". Tragué saliva, me hice el canchero, "sí, sí, eso", y pagué los cinco mangos de la entrada.

   Mientras me refregaba las manos congeladas, rumbeé para la primera puerta que encontré, donde supuse se desarrollaría el evento. La chica me atajó: "están un poco demorados, va a empezar a la una y media más o menos, tiene que esperar aquí afuera". "¿Aquí afuera?" - la miré pensando que me estaba tomando el pelo: 'Aquí afuera' era el patio. Patio descubierto, por si no ha quedado claro. Con algunas mesitas y sillas, de esas de plástico y con el logo de alguna cerveza, ideales para una noche de verano. Pero... no para esa, precisamente. La niña me miró compasivamente, y señaló con su mirada a un par de locos que sí estaban sentados, como diciéndome "los jóvenes se la bancan sin problemas, pedazo de carcamán", y se volvió a su kioskito en la entrada.

   Por supuesto, no me senté. Estuve caminando como león enjaulado, tratando de que lo poco que me quedaba de sangre caliente siguiera circulando por el cuerpo. Al rato, cayeron algunos amigos del mocoso, y una eternidad después nos hicieron pasar al 'teatro'.

   Típica habitación de casa chorizo: piso de madera, techo alto. En la mitad que daba hacia la calle, algunas sillitas de plástico. La otra mitad, toda cruzada con esas cintas rojiblancas que usa la cana para vallar el lugar de un crimen. Debí haberme avivado, en ese momento: era ESO lo que estaba por ocurrir. Cintas rojiblancas, decía, en el piso, colgando, y cruzando los objetos colocados allí: un televisor a cada costado, y en el medio un gran bafle coronado con una PC y varias cajitas llenas de botones.

   Al rato, ingresan los vándalos. Los cuatro de traje, y en la frente de cada uno, una vincha hecha con esas mismas cintas. Tres de ellos se sientan en el suelo, y el Fer toma posición donde estaba la PC y los botoncitos aledaños.

   A partir de allí, los cuatro delincuentes se dedicaron, durante exactos cincuenta y cinco minutos de reloj, a hacer ruido. Cuando digo ruido, quiero decir ruido. Eran cuatro autistas, cada uno con su chiche, tratando de hacer un ruido diferente, a cual más horrible y siniestro. No, sonido no: ruido, dije. No había melodía ni ritmo. No había música. Era ruido, en su estado más puro. Nunca el tiempo me pareció más eterno, nunca antes rogué que Edesur se mandara un apagón intempestivo.

   Acostumbrado como estoy a no pijotear con el volumen, admito que estuve los 55 minutos con un dedo en cada oreja. A pesar de esta mínima protección, mucho más tarde, cuando me acostaba ya a salvo en mi cucha, seguía sintiendo todavía (nunca en mi vida me había pasado) una especie de siseo o zumbido.

   Uno de los autistas de la izquierda, el otro Fernando, había cambiado la viola por uno de los televisores, donde se entretenía en proyectar pedazos de videos, a los que hacía avanzar y retroceder, regodeándose especialmente con un dibujo animado cuyo protagonista era un chanchito. El de la derecha hacía algo parecido, con un televisor más chico, pero en vez de video hacía zapping, y la mayor parte del tiempo veíamos fragmentos entrecortados de películas viejas del canal Volver, especialmente aquella en donde actuaban Susana Giménez y Monzón.

   El sonido de los televisores era amplificado, distorsionado, corrompido vaya a saber cómo. Cada tanto, el Fer apretaba algún botoncito, o movía ligeramente el mouse, y el bafle del medio parecía remontar vuelo, con un braaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaammmmmmmm que atronaba el recinto, y parecía correr las sillas de lugar. Por último, el cuarto delincuente, también sentadito tranquilo en el piso, se entretenía en acercar un micrófono a un equipito de guitarra, para hacerlo acoplar (!). Lo acercaba y lo alejaba, pareciendo divertirle cómo el ulular iba haciéndose más grave o más agudo. Cuando se cansaba de eso, agarraba una radio a transistores, giraba el dial a lo loco, y le acercaba el micrófono. En una de esas, enganchó una radio donde justo pasaban "Oh, darling", y la dejó quieta unos quince segundos. Suspiré, enternecido: fueron los únicos quince segundos de música de toda la 'performance'.


   Yo escuchaba eso y pensaba: "lo único que falta es que alguno agarre un pizarrón y lo raspe con una tiza, o le clave las uñas, eso que en la secundaria nos hacía rechinar los dientes". Pero, al mismo tiempo, trataba de borrar ese pensamiento, no fuera cosa de que alguno de estos cuatro mequetrefes me lo adivinara y pusiera manos a la obra.

   Guido y sus amigos estuvieron más astutos que yo, llegaron cuando la cosa ya había empezado. Tal vez estaban al tanto de lo que se venía. Al cumplirse los 55 minutos, los cuatro sádicos se miraron, largaron los instrumentos de tortura, y dijeron "bueno, ya está". Me levanté semi aturdido, saludé a los o dos o tres que se me cruzaron con una sonrisa nerviosa, y huí hacia la calle.

   Mucho después, me enteraría de que el objetivo de esta 'performance' era echar una mirada crítica sobre los "medios de comunicación". Para la próxima, estaré más atento: iré sólo si se trata de sacar mano a diarios o revistas...

25 de marzo de 2001

24 de Marzo

   TARDE. Tarde me acosté, el viernes, tarde almorcé el sábado y más tarde todavía me desperté de la siesta. No había nadie en la casa. Me levanté, me hice un café, y salí, con la firme determinación de ir "al acto". No había comprado el diario, pero me parecía un detalle innecesario. ¿Para qué? Tenía que ser en la Plaza de Mayo. ¿Dónde, si no? Tomé el subte y, mientras esperaba bajo el Obelisco la combinación con el 'D' para bajarme en 'Catedral', vi pasar por el andén a una barra de adolescentes con los típicos carteles enrollados en esos palos largos. Vamos bien, pensé.

   LA PLAZA. Llegué pasadas las 19. Había huecos. Se podía caminar holgadamente. Salvo en el rincón bien pegado al escenario, cuya ubicación descubrí al rato (estaba armado en la punta más cercana a la Rosada), en el resto había muchos claros. Tantos, que empecé a preguntarme si no habría llegado tarde. Pero recordé algo que me había dicho Carlitos en el almuerzo: se iba a encontrar con sus compañeros en la puerta de la escuela, a las seis de la tarde. Me tranquilicé, entonces: la cosa debería estar verde todavía.

   ANALOGÍAS y DIFERENCIAS. La primera y principal diferencia con el pasado, doña, son mis pies. Ayer (¡justo ayer!) se me ocurre estrenar plantillas nuevas. De silicona, doña. Dicen que son las mejores. Tan buenas, que parecían querer imprimir a toda costa su relieve sobre la tierna arcilla de mis pies planos. Pero pasa que mis pies no son precisamente arcilla, y menos que menos tierna, y se negaban rotundamente, con un dolor espantoso, a adoptar la forma que les era requerida. Apenas llegado, lo primero que hice fue buscar un lugar donde sentarme. Me acomodé en la vereda, al lado de la Catedral, y me puse a buscar más diferencias con las manifestaciones de aquella época:
algunos punks con cuatro o cinco púas en sus bochas, impensables 25 años atrás; los infaltables fono-dependientes hablando con/a sus celulares; una murga (sí, señó, una murga), con sus integrantes impecablemente ataviados, practicando sus pasos de baile; y más allá, por atrás del Cabildo, fuegos artificiales. SIC. Los vi yo. Y, por supuesto, un montón de otras cosas que el tiempo no ha conseguido cambiar: el humo de los choripanes, la belleza insolente de las militantes (aunque, por supuesto, jamás comparables a las de "aquella" jotapé), la monotonía de las adhesiones leídas por el locutor; el pedido constante, y sistemáticamente ignorado, de que los grupos de adelante bajaran sus banderas.

   LAS MASAS. Luego de una hora larga de espera, me levanté. Mis pies ya estaban un poco mejor. Casi enseguida, empiezan a llegar los invitados rezagados que, por lo que supe después, venían marchando desde el Congreso. El aparato político más o menos organizado, señora, señor. Adelante, nutridas columnas de estudiantes, que realmente me emocionaron. Tal vez por su impactante densidad, tal vez por saber (aunque no llegara a verlo) que mi hijo menor estaba allí. No todo está perdido, pensé. Me instalé en el medio, junto a la famosa fuente lavapatas. A mi izquierda, iban pasando los estudiantes, seguidos por una compacta formación del PCR que era cerrada por una combi con altavoces. Es este otro aporte de la tecnología actual, que ya visto en algunas otras ocasiones recientes: por esos altavoces de propaladora de pueblo sale siempre una voz, invariablemente femenina, invariablemente desafinada, aguda, chillona y desagradable, invariablemente a destiempo, coreando las consignas que esa agrupación debe cantar. A mi derecha, los del MST, que eran visiblemente muchos más, tenían un camioncito similar, con otras consignas y otros bombos siguiendo otro ritmo. Apuesto, aunque no pude verlas, que habría una combi similar en cada partido. Los del MST, además, se habían tomado el laburo de construir una especie de carroza carnavalesca, bastante elevada, donde había algunos muñecos que acaso representaran a los dictadores que supimos conseguir, y sobre la cual pude ver a un flaco sosteniendo en su mano derecha una especie de bengala que echaba un fuerte chorro de luz que iba cambiando de color.

   EL ACTO. Finalmente, las columnas se acomodaron. Cada una pugnando por llegar bien adelante, de modo de tapar lo más posible la visual de los de atrás con sus banderas. Hecho esto, de la mitad -donde yo estaba- hacia atrás, volvieron a quedar generosos huecos. Llegó gente, mucha, sí, aunque no creo que haya alcanzado la cifra (cien mil) anunciada por el locutor. Entre las banderas más grandes, allá adelante, sobresalían dos, una de la JotaPé y otra de Montoneros. Si hubiera tenido el poder de "desconectar el audio", tal vez podría haber experimentado la ilusión visual, fugaz, de un viaje en el tiempo. Pero el sonido mostraba la disgregación real: cada grupo con su bombito, ninguna consigna unificante, ningún grito que hiciera vibrar al unísono toda la plaza. En un momento, el locutor deja de leer adhesiones, y le cede el micrófono a un actor (SIC) para que lea un comunicado, algunas de cuyas frases eran aplaudidas por la concurrencia, sin lograr sin embargo acallar los bombos partidarios. Sí se consiguió un silencio casi total (creo que los del MST fueron los únicos que dieron la nota y siguieron con su batucada) cuando emitieron, con un sonido no muy bueno, una declaración leída por el propio subcomandante Marcos, nada demagógica y con un discurso que rescataba la importancia de tener buena memoria. Muy aplaudida. Alguien gritó "Marcos, venite a la Argentina".

   A FALTA DE PAN. A esta altura, ya las nueve pasaditas, yo pensaba: "bueno, ya llegaron todos los invitados, empezará la cosa, ¿quién hablará?" Porque, indudablemente, la mezcla de este aniversario con el panorama político actual, daba como para que alguien empuñara el micrófono y se mandara una virulenta arenga que hiciera explotar a la multitud. Yo, evidentemente, esperaba demasiado. Ese había sido el acto. Cuando escuché que el locutor anunciaba una lista de no menos diez... ¡grupos musicales!, empecé a putear a mis plantillas y a la madre que nos reparió, en ese orden. Me fui, con la cabeza gacha, escuchando por los parlantes un chamamé. Ni siquiera mi adoración por los chamamés pudo amortiguar el impacto. La sensación de espectáculo circense, acaso producto de asociar el show musical, la carroza del MST, la murga, los fuegos artificiales, etc., pudo más, y barrió con todo. Creo que fue ahí, en ese momento, cuando terminé de entender qué es lo que quieren decir cuando hablan del triunfo de la dictadura. Es, creo, justamente eso: que no pueda haber un Agustín Tosco, un líder honesto, capaz, buen orador, que pueda ponerse al frente de un acto como este (ni, obviamente, a la cabeza de un proceso político como el que vivimos).

   ACTO PARALELO. Después, al llegar a casa, Guido me contaría que las madres (las otras, las de Hebe de Bonafini), habían rehusado adherirse a ese acto, y habían hecho uno paralelo, en la misma plaza, pero a las tres de la tarde. A ése habían ido María Rosa y él. Sus concurrentes, al desconcentrarse, habían recorrido el camino inverso, de Plaza de Mayo al Congreso. Todo un símbolo. Admito que no soy devoto de doña Hebe, que muchas veces me exaspera su intransigencia. Pero creo que esta vez, al menos, estoy de acuerdo con ella. A lo mejor, me estoy "bonafinizando".

   CONCLUSIÓN. Veo hoy los diarios: del acto paralelo de la Bonafini, nada. Del otro, una visión -para mí- excesivamente triunfalista. No sé. Tal vez mi pesimismo se deba a que me siento huérfano, politícamente. No sé. Sí sé que lo de ayer, lo que yo vi, me parece un gran desperdicio de esfuerzos. Mucha gente, sí. Pero pocas nueces. Que no le deben quitar el sueño a Cavallo, al FMI, a Videla ni a casi nadie. Marcos: venite a la Argentina...