10 de mayo de 2012

Vértigo subterráneo



   Tomé esta mañana el subte hacia el centro, atestado por la fauna habitual de las ocho y pico.

   Al llegar a la siguiente estación, algo extraño sucedió: las puertas permanecieron cerradas. En el andén, los que intentaban subir se impacientaban, frente a ellas, esperando ansiosas su apertura. Luego de unos segundos, el tren avanzó unos metros, y volvió a detenerse. Cambiaron, con esto, las caras del grupo apiñado frente a la puerta más cercana a mí, pero sus expresiones de desconcierto eran las mismas. La maniobra se repitió dos o tres veces más, hasta que finalmente el tren reanudó su marcha, muy lentamente, dejando atrás la estación. Quedé perplejo: nunca había visto que se saltearan una, y menos de esa manera.

   Ya en el túnel, la formación volvió a detenerse. Por los parlantes que usan para anunciar estaciones importantes, se oyó, nítida, la voz del conductor. Era obvio que se dirigía al guarda, ubicado en la parte trasera, sin advertir que su voz estaba siendo escuchada por todos los pasajeros.

   - ¿Viste? Me castigó el paratren -(eso entendí)- ¡Tardé como ochenta metros en frenar! Por eso te dije que no abrieras las puertas, porque me di cuenta de que no iba a frenar.

   El monólogo -la voz del guarda no se escuchaba- siguió unos momentos más, con frases del mismo tenor. Luego, el tren reanudó la marcha, despacio, parando cada tanto. Se notaba que el tipo estaba poniendo los frenos a prueba (y nuestros nervios de punta). Los pasajeros, se miraban -nos mirábamos- azorados.

   Tal vez -pensé, al bajar ileso, en Catedral - esto no sea más que otro de los daños colaterales provocados por las trabas a las importaciones. Quizás estén impidiendo el ingreso al país de ruletas rusas, y eso esté obligando a su reemplazo por otras, de similar efecto, pero de fabricación nacional.