20 de enero de 2005

Los tres familiares

    Otra anécdota de la vida real. Contada esta semana por una amiga, compañera de trabajo.

   La acción, en un tradicional bodegón de San Telmo: el Británico, más viejo que la deuda externa. Detrás del mostrador, un gallego con tantos años (y mugre) como el propio bar. Mi amiga le encarga tres sanguches para llevar, de los que en Rosario llamamos familiares. "Uno sin mayonesa", le aclara.


    Cuando se los pasaron desde la cocina, el gallego comenzó a envolverlos con un pedazo de papel usado; según ella, bien podía ser el mismo en que habían venido envueltas las medialunas matutinas.

    En ese preciso momento, a mi amiga no se le ocurrió nada mejor que pedirle al galaico que marcara, con un escarbadientes, al familiar que no tenía mayonesa. Dice ella que, ni bien dijo esto, se arrepintió. Dice también que alcanzó a escuchar como respuesta algo que sonaba a "Nu tenju ezcarbadientez".

    Lo que ella no dice, lo imagino yo: típico hombrecillo salido de la pluma de Quino, ceño fruncido, puntita de la lengua afuera, buscando a su alrededor algo con que suplir la falta de palillos, para complacer a una clienta tan exigente.

    La búsqueda dio sus frutos. Al toque, sin siquiera darle tiempo a reaccionar a nuestra relatora, se iluminó el quinqué de su sesera. De un platito de lata que algún mozo había regresado de una mesa, con restos de migas a la vista, tomó nuestro héroe una servilleta -usada, por supuesto-, y cortó de ella un pedacito que procedió a zampar primorosamente adentro del sanguche a diferenciar.

    Bueno, ¡tampoco era cosa de andar desperdiciando, joder! Es que, vamos, hombre, no iba a poner la servilleta entera, ¿no?

   ¡Buen provecho!