5 de agosto de 2009

Carrusel del tiempo

   Cuando mi hijo Fernando daba sus primeros pasos, se acercó un día a escuchar cómo tocaba yo una guitarra española. Intrigado por descubrir el mecanismo que producía los sonidos, me interrogó, en su media lengua:
   - ¿Tene pilas?
   La pregunta me sorprendió, y sólo atiné a contestar lo primero que me vino en mente.
   - No... no tiene pilas, tiene... ¡tiene cuerdas!
   - Ah, tene querda... - el mocoso se alejó satisfecho con la explicación, mientras frotaba en el aire índice y pulgar de su mano derecha, como dándole cuerda a un autito de fricción.

   Por esa época, solíamos apacentar a nuestros críos en una esquina -Cochabamba y Balcarce- del Parque Independencia, en donde aún funcionaba la añosa calesita del Tío Pocho.

   Una tarde, estaba allí, solo con el Fer. Sentado en un banco del costado, le devolvía los saludos que me dedicaba, a cada vuelta, su carita inocente. Abstrayéndome de la música chillona propalada por la calesita, yo tarareaba la versión de "Qué será" que había popularizado Mary Hopkins, unos años atrás: "Qué será, será / whatever will be, will be / the future is not ours to see / qué será, será". La luz de las últimas horas de la tarde se filtraba con dificultad por entre los altos árboles. El momento tenía algo de mágico. De repente, se apoderó de mí una indescriptible emoción en la que se mezclaban la felicidad del momento, la envidia que me daba pensar que él tenía todo el camino por delante y cierta desazón por la incertidumbre del futuro, el "qué será". Los ojos se me nublaron, y el nudo en la garganta me duró un buen rato, lo suficiente para que, aún hoy, lo recuerde vívidamente.

   Varias vueltas de calesita después, los chicos ya adolescentes, algo similar me pasó al escuchar la letra de Circle Game, interpretada por Joni Mitchell, cuyo estribillo dice más o menos esto (con el debido respeto a mis amigos traductores): "Y las estaciones giran y giran / y los caballitos pintados suben y bajan / estamos atrapados en el carrusel del tiempo / no podemos regresar / sólo mirar atrás, por donde vinimos / y dar vueltas y vueltas / como en el juego de la ronda".

   Las estaciones siguieron su curso, y el carrusel del tiempo me transportó, hace pocos días, a Guadalajara, en donde tuve el privilegio de asistir al nacimiento de mi primer nieto. Una tarde de la semana pasada, su madre, mexicana de singular belleza, lo amamantaba, mientras yo me entretenía en afinar una guitarra.
Al rato, Lorenzo, ya con la panza llena, se desmayó de placer en brazos de su padre. Yo los contemplaba en silencio, con cierto orgullo, tocando suavemente las notas de "Qué será". El bebé se veía tan frágil e indefenso como alguna vez lo fue el Fer, el mismo que -¡ayer nomás!- me saludaba desde un caballito de la calesita del Tío Pocho. Fue automático: otra vez, el mismo nudo, la misma mezcla inefable de emociones.

   ¿Qué será, será? Lorenzo, mi chaparrito tapatío: la vida te lo dirá. No hay por qué temerle al futuro. Nada está escrito.