25 de marzo de 2001

24 de Marzo

   TARDE. Tarde me acosté, el viernes, tarde almorcé el sábado y más tarde todavía me desperté de la siesta. No había nadie en la casa. Me levanté, me hice un café, y salí, con la firme determinación de ir "al acto". No había comprado el diario, pero me parecía un detalle innecesario. ¿Para qué? Tenía que ser en la Plaza de Mayo. ¿Dónde, si no? Tomé el subte y, mientras esperaba bajo el Obelisco la combinación con el 'D' para bajarme en 'Catedral', vi pasar por el andén a una barra de adolescentes con los típicos carteles enrollados en esos palos largos. Vamos bien, pensé.

   LA PLAZA. Llegué pasadas las 19. Había huecos. Se podía caminar holgadamente. Salvo en el rincón bien pegado al escenario, cuya ubicación descubrí al rato (estaba armado en la punta más cercana a la Rosada), en el resto había muchos claros. Tantos, que empecé a preguntarme si no habría llegado tarde. Pero recordé algo que me había dicho Carlitos en el almuerzo: se iba a encontrar con sus compañeros en la puerta de la escuela, a las seis de la tarde. Me tranquilicé, entonces: la cosa debería estar verde todavía.

   ANALOGÍAS y DIFERENCIAS. La primera y principal diferencia con el pasado, doña, son mis pies. Ayer (¡justo ayer!) se me ocurre estrenar plantillas nuevas. De silicona, doña. Dicen que son las mejores. Tan buenas, que parecían querer imprimir a toda costa su relieve sobre la tierna arcilla de mis pies planos. Pero pasa que mis pies no son precisamente arcilla, y menos que menos tierna, y se negaban rotundamente, con un dolor espantoso, a adoptar la forma que les era requerida. Apenas llegado, lo primero que hice fue buscar un lugar donde sentarme. Me acomodé en la vereda, al lado de la Catedral, y me puse a buscar más diferencias con las manifestaciones de aquella época:
algunos punks con cuatro o cinco púas en sus bochas, impensables 25 años atrás; los infaltables fono-dependientes hablando con/a sus celulares; una murga (sí, señó, una murga), con sus integrantes impecablemente ataviados, practicando sus pasos de baile; y más allá, por atrás del Cabildo, fuegos artificiales. SIC. Los vi yo. Y, por supuesto, un montón de otras cosas que el tiempo no ha conseguido cambiar: el humo de los choripanes, la belleza insolente de las militantes (aunque, por supuesto, jamás comparables a las de "aquella" jotapé), la monotonía de las adhesiones leídas por el locutor; el pedido constante, y sistemáticamente ignorado, de que los grupos de adelante bajaran sus banderas.

   LAS MASAS. Luego de una hora larga de espera, me levanté. Mis pies ya estaban un poco mejor. Casi enseguida, empiezan a llegar los invitados rezagados que, por lo que supe después, venían marchando desde el Congreso. El aparato político más o menos organizado, señora, señor. Adelante, nutridas columnas de estudiantes, que realmente me emocionaron. Tal vez por su impactante densidad, tal vez por saber (aunque no llegara a verlo) que mi hijo menor estaba allí. No todo está perdido, pensé. Me instalé en el medio, junto a la famosa fuente lavapatas. A mi izquierda, iban pasando los estudiantes, seguidos por una compacta formación del PCR que era cerrada por una combi con altavoces. Es este otro aporte de la tecnología actual, que ya visto en algunas otras ocasiones recientes: por esos altavoces de propaladora de pueblo sale siempre una voz, invariablemente femenina, invariablemente desafinada, aguda, chillona y desagradable, invariablemente a destiempo, coreando las consignas que esa agrupación debe cantar. A mi derecha, los del MST, que eran visiblemente muchos más, tenían un camioncito similar, con otras consignas y otros bombos siguiendo otro ritmo. Apuesto, aunque no pude verlas, que habría una combi similar en cada partido. Los del MST, además, se habían tomado el laburo de construir una especie de carroza carnavalesca, bastante elevada, donde había algunos muñecos que acaso representaran a los dictadores que supimos conseguir, y sobre la cual pude ver a un flaco sosteniendo en su mano derecha una especie de bengala que echaba un fuerte chorro de luz que iba cambiando de color.

   EL ACTO. Finalmente, las columnas se acomodaron. Cada una pugnando por llegar bien adelante, de modo de tapar lo más posible la visual de los de atrás con sus banderas. Hecho esto, de la mitad -donde yo estaba- hacia atrás, volvieron a quedar generosos huecos. Llegó gente, mucha, sí, aunque no creo que haya alcanzado la cifra (cien mil) anunciada por el locutor. Entre las banderas más grandes, allá adelante, sobresalían dos, una de la JotaPé y otra de Montoneros. Si hubiera tenido el poder de "desconectar el audio", tal vez podría haber experimentado la ilusión visual, fugaz, de un viaje en el tiempo. Pero el sonido mostraba la disgregación real: cada grupo con su bombito, ninguna consigna unificante, ningún grito que hiciera vibrar al unísono toda la plaza. En un momento, el locutor deja de leer adhesiones, y le cede el micrófono a un actor (SIC) para que lea un comunicado, algunas de cuyas frases eran aplaudidas por la concurrencia, sin lograr sin embargo acallar los bombos partidarios. Sí se consiguió un silencio casi total (creo que los del MST fueron los únicos que dieron la nota y siguieron con su batucada) cuando emitieron, con un sonido no muy bueno, una declaración leída por el propio subcomandante Marcos, nada demagógica y con un discurso que rescataba la importancia de tener buena memoria. Muy aplaudida. Alguien gritó "Marcos, venite a la Argentina".

   A FALTA DE PAN. A esta altura, ya las nueve pasaditas, yo pensaba: "bueno, ya llegaron todos los invitados, empezará la cosa, ¿quién hablará?" Porque, indudablemente, la mezcla de este aniversario con el panorama político actual, daba como para que alguien empuñara el micrófono y se mandara una virulenta arenga que hiciera explotar a la multitud. Yo, evidentemente, esperaba demasiado. Ese había sido el acto. Cuando escuché que el locutor anunciaba una lista de no menos diez... ¡grupos musicales!, empecé a putear a mis plantillas y a la madre que nos reparió, en ese orden. Me fui, con la cabeza gacha, escuchando por los parlantes un chamamé. Ni siquiera mi adoración por los chamamés pudo amortiguar el impacto. La sensación de espectáculo circense, acaso producto de asociar el show musical, la carroza del MST, la murga, los fuegos artificiales, etc., pudo más, y barrió con todo. Creo que fue ahí, en ese momento, cuando terminé de entender qué es lo que quieren decir cuando hablan del triunfo de la dictadura. Es, creo, justamente eso: que no pueda haber un Agustín Tosco, un líder honesto, capaz, buen orador, que pueda ponerse al frente de un acto como este (ni, obviamente, a la cabeza de un proceso político como el que vivimos).

   ACTO PARALELO. Después, al llegar a casa, Guido me contaría que las madres (las otras, las de Hebe de Bonafini), habían rehusado adherirse a ese acto, y habían hecho uno paralelo, en la misma plaza, pero a las tres de la tarde. A ése habían ido María Rosa y él. Sus concurrentes, al desconcentrarse, habían recorrido el camino inverso, de Plaza de Mayo al Congreso. Todo un símbolo. Admito que no soy devoto de doña Hebe, que muchas veces me exaspera su intransigencia. Pero creo que esta vez, al menos, estoy de acuerdo con ella. A lo mejor, me estoy "bonafinizando".

   CONCLUSIÓN. Veo hoy los diarios: del acto paralelo de la Bonafini, nada. Del otro, una visión -para mí- excesivamente triunfalista. No sé. Tal vez mi pesimismo se deba a que me siento huérfano, politícamente. No sé. Sí sé que lo de ayer, lo que yo vi, me parece un gran desperdicio de esfuerzos. Mucha gente, sí. Pero pocas nueces. Que no le deben quitar el sueño a Cavallo, al FMI, a Videla ni a casi nadie. Marcos: venite a la Argentina...