31 de marzo de 2008

AgroMetal



   El viernes fui a ver al grupo metálico en el que el Esti toca (maravillosamente) el bajo.

   Chicas y chicos de la comunidad heavy poblaban el lugar; algunos, con tatuajes o pelos estrafalarios; otros -muchos-, empuñando porrones de birra de calidad dudosa; y todos, rigurosamente todos, uniformados de negro. Sospecho que esto último explica las miradas de soslayo que creí percibir cuando ingresé, tímidamente, con desubicada camisa blanca.

   La banda sonó muy bien. El cantante, como corresponde, parecía tener un rallador en su garganta; creo que, si uno quisiera imitarlo, sólo conseguiría quedarse totalmente afónico antes de terminar la primera canción.

   No puedo quejarme del volumen, porque lo poco que queda de mis tímpanos está acostumbrado a esos decibeles. Al pogo, sobreviví airosamente, parapetado junto a la consola de sonido, que asumí sería respetada. Pero lo que de ninguna manera pude bancarme fue el tufo reinante, dado que -era previsible-, el público de estos lugares se caga impiadosamente en los cartelitos de "prohibido fumar".

   Faltando dos temas para terminar, mis pulmones enviaron claras señales de que necesitaban aire de verdad, por lo que me abrí paso entre remeras negras con leyendas de Slipknot y esqueletos estampados, y huí a la vereda, desde donde pude -ya oxigenado- seguir escuchando lo que faltaba, junto a unos cuantos metálicos más que hacían puerta.

   Y ahí, mientras avanzaba entre ellos, ocurrió lo inesperado. Dos robustos muchachones -que me harían salir corriendo si me los tropezara en un callejón solitario- conversaban, a los gritos, junto al cordón. Al escuchar, al pasar, su conversación, se me rehogaron las neuronas:

   - No sabés, boludo, los zapallitos que estaban a dos mangos, ¡hoy me costaron una fortuna!
   - Callate, boludo, ¿y la zanahoria? ¡Se fue como a ocho mangos!

   ¡Epa, epa! -me dije-. Sólo faltó que agregaran el "dónde vamos a parar, doña...". Consecuencias absolutamente impensadas del lock-out campestre.

   A esta altura, ignoro si el gobierno habrá conseguido convencer a los señores agro-piqueteros de que depongan su actitud. Si no es así, me permito sugerirles (mucho más humildemente que doña Cristina), que lo hagan ya mismo. Tengo mucha fe en que, lo que ella no ha sabido conseguir, habrá en cambio de lograrlo este urgente llamado: ¡la comunidad rockera necesita volver a ocuparse de los temas que realmente importan, en vez de perder tiempo con la cotización de las hortalizas, señores!