- ¿¿¿Adónde??? - a medida que iba saliendo de mi garganta, trataba inútilmente de convertir el chillido de cuervo inicial, en algo un poco menos destemplado.
- A Tijuana.
Inaudito. Los hijos de mis amigos, cuando deciden buscar nuevos horizontes, eligen Barcelona, Londres... a lo sumo, en un alarde de sofisticación, cambian Londres por Dublín, no más que eso.
- Pero, ¿Tijuana? ¿Por qué Tijuana?
Improvisó una explicación, que no me convenció ni a palos. Quiero decir: no es que sus motivos no fueran válidos, sino que mis preferencias no se modificaron un milímetro. Si yo tuviera que elegir, teniendo sus 25 pirulos, tal vez dudaría entre París o Ámsterdam. Ni se me ocurriría rumbear hacia el norte.
Tijuana, ¿Tijuana?. Yo me estrujaba la croqueta. ¿Dónde quedará eso? Analfabeto total en geografía, sólo conseguía asociarla con un bigotudo durmiendo a la sombra de su sombrero, o con balas haciendo ruido al perforar un cactus gigante, o con un viejo convertible rojo, tal como acostumbrábamos ver en las viejas series en blanco y negro, donde sabíamos que eso era rojo.
En fin: la decisión estaba tomada.
Y allá partió el quía, ayer al mediodía, los ojos saliéndose de las órbitas a causa del peso desmesurado de una mochila más grande que él mismo. Al margen: no quiero desautorizar a los meteorólogos, pero temo que lo que falsamente confundieron con un huracán que se estaba dirigiendo a México, no era otra cosa que el avión de Aerolíneas transportando al que te jedi.
¡Tiemblen, tijuanenses! La tranquilidad de las siestas ya es cosa del pasado...
21 de agosto de 2007
Tijuana
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